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YO HE VENIDO PARA TENGAN VIDA…

 Por Víctor Rey Riquelme

“La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”
(Organización Mundial de la Salud, Preámbulo de la Constitución)
Con el tiempo hemos llegado a reconocer que las causas de la enfermedad en el mundo son tanto socioeconómicas y espirituales como biomédicas.  La mayoría de las veces, la cuestión de la salud está supeditada a situaciones relacionadas con la justicia, la paz, la integridad de la creación y la espiritualidad.
Es un hecho reconocido que la principal causa de las enfermedades en el mundo es actualmente la pobreza, resultado final de la opresión, la explotación y la guerra.  Las campañas de vacunación, los métodos tradicionales no resuelven, de manera significativa, los problemas que plantea la enfermedad debida a la pobreza.  Las iglesias están llamadas a considerar esta situación como una cuestión de justicia que debe plantearse en los centros de poder a nivel local, nacional, regional y mundial.  Al mismo tiempo esto es un llamado al compromiso para lograr una distribución más equitativa de los recursos disponibles en materia de salud, tanto en el plano nacional como internacional.
Al luchar por la justicia y los derechos humanos en el mundo, los cristianos han descubierto nuevas señales del poder de curación de Dios, y confiando en El, han aprendido a superar la desesperación y el miedo a la muerte.
Los conflictos armados y otras formas de violencia política han sido las principales causas de muerte en este último tiempo.  El terrorismo  de Estado, ejercido a través de torturas, encarcelamientos, así como otras violaciones de los derechos humanos, han destruido la integridad física, mental y espiritual de personas en el mundo.  La amenaza de exterminio nuclear pesa sobre todo el orbe, eliminando toda esperanza de vida.
Ningún medicamento puede aliviar la enfermedad personal y social que surge como producto del clima militarista que azota al mundo.  Ante esta situación, las iglesias deben recordar la bienaventuranza de ser artífices de la paz.
En el mundo de hoy, existen una buena cantidad de enfermedades causadas por los propios seres humanos.  Por ignorancia, avidez o falta de control personal, hacemos individualmente y colectivamente, cosas que ocasionan daños físicos, mentales, espirituales y ecológicos que no pueden ser reparados por la tecnología médica.  Los estilos de vida y los valores individuales perturban cada día más las relaciones sociales y la vida comunitaria.
El Evangelio de Jesús, invita a los cristianos a defender y proteger la integridad de la creación, interesándose por el cuerpo humano, así como por las condiciones ambientales necesarias para conservar la vida.
Hoy la ciencia médica comienza a afirmar la verdad bíblica de que las creencias y los sentimientos son los instrumentos y fuerzas que permiten la curación.  Incluso en medio de la pobreza muchas personas gozan de buena salud, mientras que entre los ricos existen muchos con enfermedades crónicas.  ¿Por qué?  Esto es debido a que lo más importante para la salud es la dimensión espiritual.   Cuando optamos por la dimensión espiritual de la vida elegimos la vida abundante, la vida plena, la vida integral.  La culpa, el odio, el resentimiento y el sin sentido son los factores que más influyen en la disminución de la capacidad del sistema de inmunización del cuerpo, en tanto que las relaciones de amor, de solidaridad en comunidad son las que más aumentan esa capacidad y también la resiliencia.
Tenemos muchas posibilidades que nos ayudan a permanecer sanos.  Es tarea y responsabilidad nuestra el tener en cuenta esas posibilidades y aprovecharlas en nuestro beneficio.  Observemos tres grandes ámbitos que son de importancia a este respecto: la salud física, la salud psíquica y la salud espiritual.  Si se descuida uno de estos ámbitos, entonces los correspondientes afectos negativos repercuten en los demás.  En este caso, ya no se podrá hablar de salud en el sentido integral de la palabra.
Quienes tienen una armonía amorosa con Dios y su prójimo, no solo sobrellevan mejor la tragedia o el sufrimiento, sino que salen fortalecidos de esas pruebas.
El hecho de que el Evangelio habla directamente a la realidad espiritual de la persona, unido a la comprensión de que la intervención de Dios en la historia por medio de Cristo nos aporta una salvación sanadora, constituyen el centro mismo de la Buena Noticia del Reino de Dios. No por casualidad Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.” (Juan 10:10)

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