Algo está cambiando
Por Víctor Rey R.
En esta mañana gris y lluviosa del sur de Chile, he despertado con una alegre noticia. Al abrir los diarios en internet me he encontrado con esta tremenda noticia. La Academia Sueca ha concedido por primera vez a un poeta que viene desde la música popular el premio Nobel de Literatura 2016. Me evocó mis tiempos de estudiante secundario cuando con amigos nos reuníamos a escuchar sus canciones por la radio o en algún disco de vinilo que por ahí alguien conseguía. Tratábamos de traducir sus letras que nos parecían indescifrables con el poco inglés que sabíamos. Para nosotros era otra forma de hacer rock y nos cautivaba, y nuestros amigos izquierdistas más fundamentalistas nos miraban con sospechas ya que escuchábamos rock que venía de los Estados Unidos.
Su nombre sonaba hace algún tiempo, concesiones demasiado populistas para lo que suele acostumbrar la Academia Sueca. Pero, de tanto repetirse y aparecer en las quinielas, lo que parecía poco probable es ya una realidad Robert Allen Zimmerman ha conseguido el Premio Nobel de literatura y lo recibirá con el nombre que tomó de otro gran poeta Dylan Thomas, a raíz del cual se convirtió en Bob Dylan.
¿Cómo interpretar un fallo tan atípico? Dylan ha sido un poeta nuevo, un escritor de versos que caen en torrentes, capaces de describir un mundo que, en su momento, nadie había definido. Además de tomar su nombre artístico de su colega galés, rescató el legado de la literatura y el modo de vida
beatniky el viejo cancionero popular americano, además del esperpento locuaz de
Joyce y el talante evocador de Walt Whitman. Eso, y el rock, claro. Si el rock ha sido la gran revolución cultural desde mediados del siglo XX, Bob Dylan fue el encargado de darle sustancia poética al asunto. Hasta que él llegó, las canciones que sonaban en la radio, con las que la gente bailaba o hacía el amor, estaban todavía impregnadas de aromas adolescentes e ingenuos.
Pero Dylan, con sus largos recitados, sus imágenes surrealistas, sus metáforas y sus juegos con la voz del narrador, logró que ese arte adolescente se convirtiese en adulto. Y, al hacerlo, arrastró a muchos otros detrás. De hecho, se puede comprobar el punto de inflexión que supuso en la carrera de los Beatles toparse con él. Por no hablar de toda esa generación de cantautores folk, de los que fue su apóstol en un primer momento.
Dylan tiene el premio Nobel y sonarán canciones como Blowin’ in the wind, esa ristra de preguntas sobre los problemas del mundo cuya respuesta está flotando en el viento. O Rainy Day Women 12 & 35′. O Stuck inside of mobile with the Memphis Blues again, que abrió caminos para tantos músicos.
La Academia Sueca premia también, quizá demasiado tarde, a la que es, hoy por hoy, la manifestación literaria más importante y popular: las letras de canciones. Una forma de escribir condicionada a su acompañamiento musical, pero que, con el transcurso del tiempo, ha trascendido los límites de la música para influir al resto de la literatura. Ha si tenemos esperanzas que en la lengua española pronto tengamos el Nobel de Literatura para Joan Manuel Serrat